La teoría del choque de legitimidades es insostenible. La legitimidad del Parlamento de Cataluña deriva de la Constitución Española y las últimas leyes que ha aprobado la vulneran, entre otras razones, porque están invadiendo asuntos que no son de su competencia y porque se está atacando frontalmente la soberanía nacional que establece la propia Constitución Española. Más bien estamos ante el desarrollo de diversas revoluciones catalanas.
Los símbolos revolucionarios
A pesar de que, en realidad, lo que estamos observando es la confluencia de diversos procesos revolucionarios, existe, hasta el momento, un nivel bastante apreciable de cohesión en torno a varios símbolos.
Los claveles
Los claveles son el símbolo por excelencia de la revolución que se produjo en Portugal en los años 70. Encarna algunos de los objetivos: revolución de pretensión pacífica, que da como resultado una democracia, que desobedece un orden anterior que considera injusto y de corte anticolonial. Esto último es importante porque algunas personas ven a Cataluña como si fuese una colonia de España, por supuesto, oprimida.
En el imaginario de una parte del independentismo, la imagen de la reacción con claveles frente a la Guardia Civil va un poco más allá. La Guardia Civil defiende una legalidad democrática vigente que surge no de una revolución como la de Portugal, sino de un proceso de transición.
Y, por supuesto, es una provocación a los agentes de la Guardia Civil y la Policía Nacional que han tenido, hasta el momento, un comportamiento ejemplar.
La libertad de Cataluña y la voluntad de un pueblo
“Nadie puede con la voluntad de un pueblo”. Esta frase se repite hasta la saciedad. Supongo que mucha gente se la cree.
La voluntad popular es una ficción jurídica extraordinariamente útil que permite, entre otras cosas, articular el sistema democrático y dotar de legitimidad a la actuación de los poderes públicos.
El paso de la ficción a la realidad es imposible sin un procedimiento político de formación de esa llamada “voluntad popular”. El pueblo es una colectividad, no una persona dotada de capacidad para querer algo concreto y las preferencias colectivas no tienen las mismas propiedades que las individuales.
La llamada “voluntad de un pueblo” depende, en realidad, de lo que se le pregunte, el orden en el que se le pregunte, el formato utilizado y las garantías y procedimientos que conformen ese formato.
El resultado promovido por los revolucionarios de Cataluña sería una “libertad” que tendría la independencia de Cataluña como medio para conseguir una serie de derechos individuales que, según ellos, han sido pisoteados.
La cultura propia de Cataluña
Uno de los objetivos revolucionarios sería preservar la cultura propia de Cataluña. Entienden que el régimen de la Restauración (y hasta los primeros reyes de la dinastía Borbón) primero, el régimen franquista después y ahora el régimen constitucional del 78, han pisoteado la cultura propia de Cataluña a través de la represión y la invasión cultural.
La persecución de algunos elementos culturales tan importante en Cataluña como es la lengua catalana fue, en su momento, un hecho histórico. Afortunadamente, no tuvo éxito y, aún hoy, pervive. Una de las deudas que tiene la España de hoy es la de que tengamos suficientemente presentes esos episodios que, por otra parte, se han producido en diversas partes de España y nunca deberían volver a producirse.
La cuestión que chirría en una democracia es la calificación de determinados elementos culturales como propios frente a otros que, en lógica, deben ser ajenos, impropios o invasores, a pesar de estar muy extendidos entre la población, como el empleo de la lengua española.
En una democracia debe respetarse que otras personas participen de unos determinados rasgos culturales, nos gusten o no, siempre que no impliquen quebrantar la ley. Lo que no es deseable es la imposición de una determinada cultura por ser calificada como propia del lugar.
Los objetivos diferentes de las revoluciones catalanas
En líneas generales, en torno a los símbolos revolucionarios, se ha producido una unidad que no oculta que los objetivos son muy diferentes.
Por un lado, encontramos a quienes creen en la independización como proceso reivindicativo en el que no se logrará una independencia efectiva pero sí dinero, autonomía o eso que llaman “reconocimiento”.
Por otro lado, existe un verdadero independentismo que, pura y simplemente, pretende crear un estado independiente.
Finalmente, hay personas que creen que el sistema está completamente corrompido, a nivel internacional, y que la independencia de Cataluña podría ser un pequeño golpe al sistema con el fin de crear un nuevo orden internacional. Es decir, un pequeño pasito en un proyecto de gran envergadura.
De momento, han conseguido tres logros fundamentales:
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- Una parte importante del sector tradicionalmente más conservador del nacionalismo catalán va de la mano de quienes creen en la necesidad de una revolución.
- Un partido como Podemos, que no hace mucho defendía cambios muy sustanciales (incluso revolucionarios en algunos aspectos) en el sistema, hoy defiende un proceso de reformas dentro del marco vigente a fin de que, en el futuro pueda haber un referéndum plenamente respetuoso con la legalidad.
- Los catalanes no independentistas están, en buena medida, desmovilizados.
En todo caso, el referéndum es solamente un paso en el contexto de las diferentes revoluciones. Y la incertidumbre sobre las consecuencias políticas a corto, medio y largo plazo es elevada.